Durante este verano, Microsoft liberó Windows 10.
No deja de ser sorprendente que en los últimos años haya puesto en circulación tres sistemas operativos diferentes y que dos de ellos sean para tapar las carencias de uno anterior.
Windows 7 vino a paliar la enorme decepción que supuso Windows Vista, ya que sin ser una nueva versión, resultó ser un “Super Service Pack” para aquel con el objetivo de salvar sus miserias. Y ciertamente lo hizo, desde mi punto de vista Windows 7 se convirtió en el mejor sistema operativo hecho nunca por la compañía de Redmond.
Y no sólo se trataba de un sistema operativo consistente potente y fiable, sino que cambió completamente el concepto de despliegue que habíamos manejado con Windows XP.
Para una empresa de tamaño mediano-pequeño, las herramientas gratuitas de Microsoft permitían un despliegue relativamente sencillo y muy flexible que se realizaba a partir de únicamente dos imágenes (una de x86 y una x64), con independencia del software que fuera necesario incorporar para cada departamento de la empresa y para cada tipo y modelo de equipo.
Se terminaron las pilas de imágenes diferentes en base a la arquitectura y modelo del equipo.
Para las grandes empresas, con las herramientas de Microsoft de la familia System Center, las posibilidades son enormes.
Con Windows 8 y su evolución Windows 8.1 Microsoft dio el primer paso real para la unificación de entornos con independencia del dispositivo. A pesar de las críticas que recibió la primera versión en cuanto a la falta de determinadas herramientas clásicas (desde mi punto de vista fruto de la renuencia de los usuarios a cambiar su manera de hacer las cosas), la posibilidad de tener un entorno similar en el PC/portátil, en la Tablet y en el smartphone, supuso un cambio que desde mi punto de vista no se ha valorado como es debido, yéndose a las carencias y no a las virtudes.
No dejan de ser sorprendentes las críticas recibidas cuando un cambio similar en un sistema operativo como Ubuntu, no desató la misma marejada. Supongo que es simplemente que hay cosas que se critican y otras que no.
Sin embargo desde mi punto de vista, Windows 8.x adolecía de una falta de consistencia que los que tenemos siempre el equipo trabajando a toda su capacidad, con todas nuestras aplicaciones abiertas simultáneamente, mucho consumo de CPU y memoria, que no padecía Windows 7. De hecho muchos usuarios convencidos de Windows dieron marcha atrás, quizá demasiado precipitadamente.
En mi humilde opinión Windows 10 ha venido a paliar esta situación.
Al margen de nuevas funcionalidades y ayudas, el sistema es estable, la ecualización es sencilla y la interfaz creo que contentará a los nostálgicos de Windows 7 aunque mantiene el aspecto estilizado del 8.
Debo decir que apenas hace dos semanas que lo he instalado, descargándome la actualización gratuita que me correspondía al tener una licencia de Windows 7 pro, es decir, ahora tengo un flamante Windows 10 pro.
Después de “darle mucha caña”, con el objetivo de escribir mis primeras impresiones, debo decir que he recuperado esa consistencia que echaba de menos: Todas mis aplicaciones abiertas y en marcha, una máquina virtual con XP en funcionamiento para poder utilizar mi viejo scanner, el juego World of Warships corriendo durante horas simultáneamente, y debo decir que el tándem formado por mi equipo (un i7 de segunda generación, 8 GB de RAM y mi nuevo sistema operativo) están superando la prueba con nota.
Seguiremos informando.
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Borja Cabellos es licenciado en Ciencias Químicas, experto en Sistemas de Seguridad y arquitecto de infraestructuras IT, con más de 20 años de experiencia en proyectos IT orientados a negocio, especializado en tecnologías Microsoft y en la prestación de servicios de consultoría y gestión en proyectos informáticos de diversa índole tecnológica y en diversos sectores como energía, defensa y gobierno, tanto dentro como fuera de España.
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